¿Por qué morimos? Pregunta que ha tratado, sin éxito, de ser respondida desde que el sapiens se hizo sapiens sapiens. Lejos de los más o menos banales y más o menos patéticos intentos de explicar qué, cómo o porqué ocurre la muerte, hecho que ha estado sujeto a los distintos enfoques desde los que tradicionalmente se ha tratado de abordar el tema (Religión, Medicina, Teleología), yo expongo algo más sencillo, el motivo primigenio que subyace a tal proceso: es útil.
En nuestra inconsolable agonía muchas veces damos con una pregunta fundamental, ¿Por qué tenemos que morir? ¿Por qué un ser vivo no puede permanecer en tal estado indefinidamente? Trágicamente para nosotros, la respuesta puede tacharse de cruel: no es rentable.
Para ilustrar a qué me refiero, hemos de remontarnos al origen de la vida y empezar por la mínima unidad que puede ser considerada viva, la célula. Simplificando hasta el absurdo, pues lo comentaré en más detalle en una entrada posterior, en la Tierra primigenia surge una molécula capaz de realizar trabajo molecular y además autorreplicarse que se rodea de membranas y forma las primeras células. Ahora bien, como comentaba en “Mutaciones comestibles”, esa molécula es lábil y a lo largo del tiempo va deteriorándose junto con el resto de componentes celulares, situación que “la vida” ha de paliar si desea sobrevivir. Posible soluciones: reparación celular continua o creación de una nueva “copia” de la célula, más joven y sana, y por lo tanto con más posibilidades de sobrevivir, convirtiendo a la célula anterior en innecesaria (pues ahora se tiene una versión “más nueva” de la misma). Económicamente no hay duda alguna: ¿porqué va a gastar la célula energía continuamente en reparaciones cuando nunca conseguirá volver a estar en el mismo estado que cuando era “nueva” pudiendo hacer de forma barata una copia renovada de sí misma?
Antes de continuar, me gustaría señalar que, para hacer de la explicación algo más ligero y comprensible, estoy hablando en términos teleológicos, cosa que como ya denunciaba en “Vida sin Fin...alidad” es del todo incorrecta. La vida no eligió nada, si alguna vez hubo alguna forma de vida que no muriese es evidente que no tuvo mucho éxito, pues hoy no existe luego se extinguió. Sin embargo, el tener esta forma de perpetuación (la muerte), a su vez condicionada por las características moleculares de las biomoléculas, hizo posible que la vida sobreviviera y esa es la razón por la que todos y cada uno de los seres vivos estamos donde estamos, salta a la vista que de otra forma no ha sido posible.
Regresando al sapiens sapiens, aunque mucho más complejos, nuestros cuerpos siguen el mismo patrón que la célula de la que hablábamos. Con el paso de los años nuestros órganos y tejidos se van deteriorando, de forma que no resulta nada práctico una reparación de por vida. De esta forma, estamos vivos mientras somos útiles para propagar la vida, la vida nos utiliza hasta que le dejamos de ser de servicio para perpetuarse en el tiempo, momento en el que pierde interés en nosotros para “invadir” otra forma que le permita perpetuarse a más largo plazo: nuestra descendencia.
A sabiendas de todo esto y tras una breve reflexión, podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que la vida actúa como un parásito, un ser que se aprovecha de ti para poder sobrevivir, hasta que le dejas de ser útil y, en vez de gastar energía en agradecerte tu hospitalidad y ayudar a reparar los daños que has podido sufrir, te abandona para poder seguir sobreviviendo. Sólo somos portadores de una molécula que “aprendió” a copiarse a sí misma y que, gracias a su escurridiza estrategia que para nosotros supone la muerte, ha conseguido dominar un planeta entero en multitud de formas y en todos sus medios. Con nuestra muerte ha conseguido su inmortalidad.
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