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jueves, 21 de octubre de 2010

Mutaciones comestibles

Sin duda uno de los términos más frecuentemente empleados en lo que a mí me gusta denominar “la ciencia de la calle” (es decir, cómo una persona que no sabe qué es una célula le cuenta a otra que no sabe qué es el ADN cuáles son las causas del cáncer) es la palabra “mutación”. Y acto seguido, tal término provoca de forma generalizada una impresión negativa, se asocia de forma incorrecta mutación con “malo”. Esta entrada tiene como único objetivo romper una lanza a favor de tan maltratado significante, con la intención de mejorarlo en la medida de lo posible.

Que la Tierra es un entorno cambiante es mundialmente aceptado...y mundialmente importante. Este cambio constante, y en ocasiones repentino, dificulta la existencia de la vida; un entorno cambiante o capaz de cambiar priva a la vida de los que podría ser una cómoda estabilidad: el establecimiento de un organismo que optimice al máximo las posibilidades del entorno sería suficiente. Pero llega el cambio, y ese organismo deja de estar tan bien adaptado y muere. La vida no puede permitirse “estar parada”, necesita mecanismos para desarrollar una variedad biológica de forma que, ante un cambio, algunas de esas variedades sean capaces de sobrevivir.

¿Cómo se consigue la citada variabilidad biológica? Dos son los mecanismos principales (si bien no los únicos): la recombinación meiótica y la mutación. En términos simples y fácilmente entendibles, la recombinación meiótica “baraja” las cartas (material genético) que tenemos en nuestro mazo (genoma), mientras que la mutación “aporta” nuevas cartas a la baraja, de forma que la distintas combinaciones de cartas que podemos construir se ve aumentada, y así la diversidad biológica.

Por lo tanto, me gustaría que quedase el concepto claro y dejase de sufrir tan crueles acusaciones: una mutación es simplemente un cambio en el material genético, independientemente de que sea beneficioso o perjudicial para el organismo en particular que lo sufre. Sin embargo lo que sí está claro es que sin tal mecanismo la vida no sería posible y, de serlo, sería mucho más pobre. Para demostrar la magnitud de esta riqueza les dejo un ejemplo, por lo menos, curioso (razón del título de esta entrada): como parte de nuestra alimentación cotidiana encontramos con frecuencia distintos productos tales como la col verde, la berza, la coliflor, el repollo, las coles de Bruselas, el colirrábano y el brócoli. ¿Qué tienen en común?... o mejor planteado, ¿Qué no tienen en común? Pues en realidad, todas ellas son mutantes de una misma planta, Brassica oleracea, la cual, sufriendo distintas mutaciones, dio lugar a todas estas verduras.


No queda duda de que la mutación, aparte de otras muchas cosas, puede ser exquisita, sólo es cuestión de encontrar el mutante adecuado.

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