La Biotecnología gris es quizás el campo biotecnológico menos conocido, pues es muchas veces eclipsado por alguno de sus hermanos, especialmente la Biotecnología verde y roja, que hacen de la polémica su trampolín al (mal) conocimiento popular (véase clonación, transgénicos, células madre, etc.). No obstante, este primer “hermano pequeño”, que no es otra cosa que las aplicaciones medioambientales de la biotecnología, tiene, aun sin el “glamour” y la atención merecidas, tanto futuro e importancia como el resto, y en esta entrada lo veremos con un ejemplo tan interesante medioambiental como económicamente.
Que los metales pesados son una importantísima fuente de contaminación, consecuencia de la actividad industrial y minera, es de sobra conocido. Esta materia inorgánica, que permanece en el ambiente durante cientos de años, en altas concentraciones resulta tóxica para la vida, tanto para animales como para plantas, bacterias y el resto de formas de vida. Por lo tanto, la descontaminación aquí es fundamental, lo cual, en principio, no es un problema siempre que el hombre pueda aplicar la serie de estrategias, que carecen de interés para el propósito de esta entrada, establecidas para tal fin. Sin embargo, la fabricación de armas nucleares, especialmente durante la guerra fría, dejó tras de sí ingentes cantidades de metales pesados en basureros radiactivos, haciendo la descontaminación mucho más complicada y, sobre todo, peligrosa.
¿Solución al problema? Hemos de irnos a Oregón (EEUU, 1956), donde en un laboratorio se están probando sistemas de esterilización de la carne enlatada. Una de las pruebas consistía en comprobar si se podía esterilizar la carne empleando altas dosis de radiación gamma. En principio no debía haber sorpresas, se empleó una dosis de radiación pensada para destruir toda forma de vida conocida hasta el momento. No obstante, para su sorpresa, a los pocos días la carne se terminó estropeando como consecuencia del crecimiento de una bacteria, algo por lo que ningún científico habría apostado.
Así hace su aparición la responsable del título de la entrada, Deinococcus radiodurans, una bacteria con tinción Gram positiva (aun con alguna característica de Gram negativas) capaz de resistir hasta 1500 veces más radiación que un ser humano, aun quedando su genoma hecho añicos, de ahí que popularmente se le dé el apelativo de “Conan”.
Los motivos de su extraordinaria resistencia no están claros (enigma que desentrañado podría suponer una revolución de la Biología Molecular y, por consiguiente, de todas las ciencias biológicas), se apunta a su compacto genoma, múltiples copias del mismo, eficientes sistemas de reparación y alto contenido en manganeso como posibles respuestas. Pero la cuestión que aquí nos ocupa es la biorremediación de que es protagonista.
La biorremediación es probablemente el concepto más importante de la Biotecnología gris y consiste en el uso de seres vivos o moléculas derivadas de éstos para eliminar contaminantes. 50 años después de su descubrimiento, Deinococcus radiodurans comenzó a emplearse para limpiar metales pesados en basureros radiactivos con notable éxito, haciendo un gran favor al planeta y a los seres que en el habitamos. Cabe reseñar que esta bacteria ha sido modificada genéticamente para optimizar su capacidad descontaminante, hecho que la ha convertido en un recurso todavía más valioso.
De esta forma, me gustaría alejar al público de la preconcebida idea de que la Biotecnología consiste en clonar ovejas, crear plantas transgénicas y jugar a ser Dios. Limpiar del medio ambiente los desperdicios de la propia especie humana mediante Biotecnología puede ser una tarea tan satisfactoria como lucrativa.
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